Hace una semana hice un poco de ruido y recibí comentarios
de todo tipo; buenos, malos, lindos y feos. Hace un par de días, embestido por
una lectura emotiva encadenada a varios de los comentarios y reflexiones, es
que esta vez, me dedico solo agradecer.
Solemos agradecer para el día de…, para los cumpleaños, santos y cuanta fecha
“especial” existe o se inventa, sin embargo, pienso que es insuficiente.
¿Cuándo uno le agradece a un amigo? ¿O a un desconocido? ¿A los hermanos? ¿Una
sonrisa? ¿Un gesto o una mirada?
Me voy a remontar desde la familia. Cómo no agradecer a mis abuelos. A la Yaya
y al Tata, la pareja de ancianos más hermosa que he visto. Él me hacía reír, me
enseño voluntad social, manualidades, técnicas, materiales y disciplinas
varias. Mi Tata era de esos únicos e irrepetibles que inundaban con una sonrisa
cualquier ambiente. Un deleite de la bondad y de esa generosidad altruista. Mi
Yaya es de esas Mater familia. Me acuerdo llegar al límite de cuestionarme si
era correcto o no presentarle una polola –por las repercusiones, la lengua de
la señora es brava-. La Yaya es una mujer que nunca comprendí de pequeño –nos
retaba cuando los nietos abríamos el refri- pero que de mayor me hizo entender
el mundo y su variado laberinto de diversidad.
Ellos dos, con otros, germinaron a mis dos padres. Él un hombre esforzado,
correcto. Es de esos de cuerpo y alma, hombres que dejan huella por la simple
razón de que transitan entregándose por entero, sacrificando muchos de sus
propios deseos, para mí, nada más valioso en la vida. Mi viejo es sencillo, con
una mente inquieta -acompañado de un potente temperamento, que para bien, me ha
ahorrado muchos miedos-. Mi padre, hijo de la Yaya, se terminó casando con la
hija del Tata. Así no más. Ella –mi madre- es otra que responde a esa entrega
sin barreras. Más emocional y de tacto, mi madre es una mujer que aprendió de
la vida. Abierta al diálogo, a la tolerancia, a la paciencia. Tendría que hacer
una inmensa lista para nombrar sus cualidades. Yo me quedo con esa lección de
autenticidad de ser quien tú eres, como sea y donde sea. En ella, su esencia es
su escudo.
Mis hermanos, dos y dos, son todos cual más diferente que el otro. De Chompy
aprendo a diario esa capacidad de levantarse y tomarse las cosas con un humor
irreverente. Del Trucker ese apoyo sin preguntas –bueno, con algunas ya que el
cabro es medio curioso- y aprendí de él algo que yo no he vuelto a ver; dar a
pesar del golpe. Con las mujeres es distinto –la Vic y la Tere-, las veo
menores y en aprendizaje. Ellas representan otro tipo de enseñanzas, de esas
cotidianas que vienen de otro género, que te sorprende. Eso, te abre los
canales.
Hubo muchísima gente que agradecer entre todos estos años pasados. En mi
memoria hay algunas mujeres que me han acompañado, tengo varias nanas muy
queridas de mi infancia, cada una con lo suyo. Profesores dispuestos,
compañeros ejemplares, anónimos de los que nunca supe sus nombres, solo lo que
me dejaron. Jefes de calidad y algunos no tanto. Mis primos y tíos, una bomba
de mucho. Amor entre lágrimas, fuertes reconciliaciones, tragedias y maravillas
-particularmente esas cositas chicas que trae la cigüeña. Nunca he encontrado a
los bebes lindos, pero puta madre que son tiernos- y además, puta madre que
enseñan las guaguas y los niños chicos, son como docentes de la vida, ellos
tienen el manual y los adultos se lo arrebatamos.
Me remonto hasta unos 4 años atrás. Yo tenía una inquietud que me carcomía. Me
daban cucos cuando imaginaba vivir 2 años fuera. El proceso de decisión fue
largo y torrentoso como altamar. Tres personas fueron vitales en mí partir:
Chele, La Pita y mi estimado Chino. Ellos, como una posta atlética, me dieron
coraje en su minuto cuando me faltaban algunos ml para llenar el vaso.
Allá aprendí cada día. Agradezco a la Kate que me recibió al llegar, a Paul el
navegante que me demostró que no hay límites –es un sordomudo mágico que se
dedica a navegar alrededor de Australia con la tufeta más fuerte que haya
sentido en mi vida-, a Tomás Schlack que me sacó a pasear recién llegado, a la
Carla, al Jose y al Mati que apañaron en Griffith, incluso al Cesar –un huevón
extremo-.
Luego vino Sydney, agradezco a Maack por acogerme en su hogar y poner siempre
el otro cachete –sí, el del poto, es que es ateo- al Chago y a Carlitros que me
ayudaron a establecerme con pegas dándome jornadas de tips; a la Poly, a Tania
y a Melina que me confirmaron –antes que deduzas, lee: c-o- n-f-i-r-m-a-r-o-n-
que la alta belleza no es por inercia tonta ni inherentemente superficial y a
Milena le agradezco con cariño por regocijarme con su carácter jovial y su
juventud.
Al Paul, al Scottie, al Stu, “La Tríada de la Locura” como los nominé, por ser
tan claros en que hay estupideces muy malas que no vale la pena hacer y
experiencias que es mejor evadir–ellos son el mejor ejemplo-. A Andy y a Vicky
que me demostraron amor puro desinteresado –principalmente aprendí el concepto,
la idea, de que esas personas existen en el mundo, están ahí-, y a Maggie, mi
última jefa, tan grande como ella misma, dispuesta a repatriarme aún bajo su
propio bolsillo.
Me costó llegar. Pude gracias a los amigos; el Bullo, El Seba, Pewe, Wholio,
Luco, Benur, el Yene, el Memo, el Pipe, Andrés, la Verito, el Gonzo, el Coke,
la Andrea, Julián. Cada uno a su forma me ayudó a levantarme. Menciono de nuevo
a Chele por hacer comentarios tan incisivos cada vez y con ello lograr dejarme
sin palabras. Lo agradezco porque es un mérito y es exclusivo de aquel
chimpancé superdotado.
Finalmente agradecer a todos esos anónimos que quizás no les vi ni la cara, a
todas esas personas que invisiblemente hacen posible que esto gire, a esos
desconocidos dignos de fábula dispuestos a tender una mano sin juicio detrás,
tal como mi estimado Claudio el sábado negro aquel.
También le agradezco a las plantas –que bueno, por mi bien, que existen-, a los
árboles que me dejan atónito con sus texturas y formas y a los animales por sus
comportamientos salvajes llenos de sublimes principios de la humanidad. Y no
puedo olvidar agradecer a los autores que he leído que han desbordado mi cabeza
de conocimiento y pensamiento más allá de lo evidente.
Y te agradezco a ti y te digo: antes de comentar reflexiona sobre las
consecuencias. Me queda aún caleta de mucha imaginación y tonterías para llenar
varias páginas más. Comenzó una nueva etapa. Gracias, tú.